No soy una mujer, persona o ser humano; a penas un animal feral y sin rostro, hace no mucho una monstruo, una quimera.
Pero como monstruo, ahora como animal feral, mi mayor miedo son los humanos.
Con esta afirmación no pretendo alegar legítima defensa, un crimen es un crimen, no importa quién y por qué lo cometa. Pero tal como no puedo negar mis faltas, no puedo negar mis motivos; todo el daño que he dejado a mi paso, en otros y en mí, es resultado directo de no poder reconocer en el espejo la imagen de la humanidad en el espejo.
Lo que veo es un ser amorfo e indefinido que justifica su existencia comportándose conforme a un molde en lo que no parece encajar una persona o mujer; palabras que carecen de significado cuando las pronuncio.
Dicen que los iguales se reconocen, dicen que uno se delimita a partir de la mirada del otro y su contacto; quizá el momento en el que alguien, un ser humano, me debió haber visto como un igual no me reconoció, tal vez no me reconoció porque no soy ser humano o persona...que decir del ser mujer.
Será que mi biología determinó que al nacer "mujer" no fuera vista como persona o ser humano, sino como arcilla para moldear.
Será que al estar compuesta de tantos retazos de historias y crímenes, la historia me cosió con el tiempo para formar su propia criatura, una extraña nueva Prometeo.
Lo que si sé es que quien me reconocen e incluso me aman son otras bestias ferales, que muerden, arañan, rugen y cazan. Me huelen y saben que soy un familiar, me miran como si hubiera llegado a casa.
Por el momento está bien no ser persona, ser humano, mujer; ser un animal me viene bien, como:
La pared para descansar
La lluvia de verano
El sol de invierno
El jazmín en flor